viernes, 24 de enero de 2014

El día que...

Pedro Aznar me canta que ya es la hora de levantarme. Como todos los lunes (y toda la semana) trato de despegarme de esas suaves sabanas que me atrapan en su maligna red.

Abro los ojos, apago la música y la veo de espaldas, inmóvil. No puedo apartar la vista de tan horrible imagen, ni mucho menos huir, mi cuerpo se quedó inmóvil, mi cabeza bien sabe que aquellos seres tienen poderes sobrenaturales y destructores.

Con voz tenebrosa susurro: -deberíamos matarla. Alguien a mi lado responde con poca paciencia: -Natalia, ¡ya está muerta!. Un incrédulo nudo en mi garganta me dice que esa expresión es errónea. Esa silueta semimuerta aún vive.

Aún desde la cama me aventuro a hacer contacto con ella, primero le lanzo la pantufla izquierda y pienso en que si hubiese hecho gimnasia en la escuela quizás tendría mejor puntería. No creo. Ahora es el turno de la derecha, no debo desaprovechar mi última opción, como sabrán fallé de nuevo; en ese instante sentía que estaba en pleno ataque zombie y sin una maldita hacha.

Finalmente y sin dejar de mirar fijo al inmenso bulto, me levanté de la cama descalza y fui en busca de una pala. En ese momento estaba a punto de enterrar un cadáver en el patio trasero de mi casa, aunque vivo en un monoambiente dividido. Me pongo otro calzado y coloco la pala contra el inerte cuerpo, presiono hasta sentir el crack que indica la muerte segura. Recojo los restos, los arrojo a la basura y escucho desde la habitación: -¡No tenés que matar a las cucarachas porque se mueren y te dejan los huevos!


A partir de ese momento descubrí que SIEMPRE me va a ganar una cucaracha.

1 comentario:

  1. Jajaja. Dicen que Chernobyl no pudo con ellas. Creo que es un dato que da contexto a "A partir de ese momento descubrí que SIEMPRE me va a ganar una cucaracha.".
    Muy bueno Bloguda Total.

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